Domingo de Pascua de la Resurección del Señor
Por: Sagrario Olza. I.S. Vita et Pax. Pamplona
Textos Litúrgicos:
Hch 10, 34. 37-43
Sal 117
Col 3, 1-4
Secuencia.
Jn 20, 1-9
“Hoy el Señor Resucitó y de la Muerte nos Libró”
¡¡¡Aleluya!!!
Acompañamos a Jesús durante toda esta Semana Santa, participando en las celebraciones litúrgicas, queriendo revivir en nosotras lo que él vivió: recibiendo aplausos montando una borrica, celebrando su última Pascua en una cena íntima y de despedida con sus amigos, sufriendo angustias de muerte en Getsemaní, llevado de Herodes a Pilatos, subiendo al Calvario… hasta terminar muriendo en una cruz.
Fácilmente podemos imaginar su dolor físico, su sufrimiento íntimo y moral y hasta sus dudas sobre la misión de su vida, entendida y realizada como enviado del Padre, el Abba…
La vida de Jesús estuvo íntimamente unida a Dios, experimentado como Padre y sintiéndose Hijo, en una relación filial, de amor, de obediencia a su voluntad y de total confianza y fidelidad para cumplirla.
De su experiencia Filial, de Hijo, nacía su experiencia de Fraternidad: Dios es Padre de todos, de la única familia humana… Padre amoroso, grande y misericordioso… Padre que acoge y abraza al hijo que se alejó y busca a la oveja que se perdió… Padre que tiene preferencias: los pobres, marginados, pecadores, alejados… Jesús compartió su experiencia con las gentes de su Pueblo y de algunos Pueblos vecinos, enseñando y llevando a la práctica lo que enseñaba.
También conocemos lo que vivió en sus últimos momentos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”… “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”… Nos cuenta San Mateo que “…los que pasaban por allá lo injuriaban…algunos decían: … ¡Había puesto en Dios su confianza; si de verdad lo quiere Dios, que lo libre ahora…” Finalmente, Jesús dijo: “Todo está cumplido”… “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”… Luchando entre la vida y la muerte manifestó su total confianza filial: había cumplido su misión y entregaba su último suspiro al Padre.
Pero, acompañando a Jesús hasta su muerte en la Cruz, sabemos que no todo terminó allí. Nosotras no vivimos la decepción de los discípulos de Emaús, volviendo tristes a su pueblo. “Si con él morimos, viviremos con él”, lo dirá después San Pablo. Compartimos la misma convicción, confianza y esperanza de Jesús. Recordamos el Evangelio de Juan en el capítulo 12: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre… Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn.12,23-24) También los otros evangelistas nos lo cuentan: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres: le matarán, y al tercer día resucitará” (Mt.17,22-23; Mc.8, 31; 9,31; Lc.9,44).
El seguimiento a Jesús supone un camino de escucha y aprendizaje: de sus palabras y de sus hechos, de sus sentimientos y criterios, de su vivencia filial y fraterna: es un proceso de configuración con él para prolongar en el tiempo su vida y misión. Referencia que guía nuestra vida, la realiza y plenifica: como a grano de trigo que se siembra y “muere” para dar fruto (ahora) pero seguirá vivo porque participa de la misma suerte de aquel al que seguimos: “ Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda criatura, primer resucitado de entre los muertos… Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud…” (Col.1,12-20).
En la Vigilia Pascual renovamos nuestro Bautismo y también San Pablo nos recuerda en su Carta a los Romanos: “Andemos en una vida nueva… Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”
Vamos, pues, a celebrar con gozo la Resurrección de Jesús, celebrando en esperanza también la nuestra. Unidas a Jesús, renovemos nuestra fe y nuestra confianza en el Padre. Cantemos de corazón el canto popular: